En 1613, ocho años después de la publicación de la primera parte de El Quijote, se editaron en Madrid las Novelas Ejemplares, cuyos títulos La Gitanilla, El amante liberal, Rinconete y Cortadillo, La española inglesa, El Licenciado Vidriera, La fuerza de la sangre, El celoso extremeño, La ilustre fregona, Las dos doncellas, La señora Cornelia, El casamiento engañoso y El coloquio de los perros conformaron una de las colecciones de novelas más importantes de Cervantes.
En este ensayo me propongo analizar el tema del honor en los siguientes títulos: La fuerza de la sangre, El celoso extremeño, La ilustre fregona, Las doncellas, La señora Cornelia, El casamiento engañoso y Coloquio de los perros y hacer una comparativa del honor cervantino en estas novelas y en Peribañez, una de las grandes obras de Lope de Vega.
Antes de introducirme propiamente en el concepto del honor que recorre y representa estas obras, me gustaría recordar que Cervantes fue el introductor y creador de las novelas cortas en castellano. Cervantes se declara a sí mismo el primer autor en novelar en nuestro idioma y así lo afirma en su prólogo:
“A esto se aplicó mi ingenio, por aquí me lleva mi inclinación, y más que me doy a entender, y es assí, que yo soy el primero que ha novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impressas, todas son traduzidas de lenguas estrangeras, y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas; mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma, y van creciendo en los braços de la estampa”
Es cierto que hasta entonces las colecciones que aparecieron en España y que podemos llamar “novelísticas” eran traducciones del italiano. Los relatos breves de carácter novelesco que existían en nuestra literatura en nada se parecían a las novelas de Cervantes. La prosa cervantina revela una gran influencia italiana, no en vano en 1569 viajó a aquél país y entró a formar parte del séquito del cardenal Giulio Acquaviva, recorriendo a su servicio Milán, Florencia, Palermo, Venecia, Parma, Ferrara y Roma. Allí nació en él su gran admiración por el Renacimiento italiano. Parece que la novela corta italiana ejerció una gran influencia en nuestro escritor y él adaptó aquellas características a su propia novela. Aunque las Novelas Ejemplares no fueron escritas hasta 1913, Cervantes practicó este género tiempo atrás, en la misma época en que publicó la primera parte de El Quijote. Se ha sugerido que Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño “fueron copiadas en una colección manuscrita de miscelánea entretenida debida a Francisco Porras de la Cámara” (R.O.Jones, 1971). Por supuesto, las deliciosas historias de corte novelescas incluidas en El Quijote recogen esa influencia italianizante, como “El curioso impertinente” o “La historia del cautivo”.
¿Qué pretendía Cervantes con estas Novelas Ejemplares? El autor comenta en su prólogo:
“Heles dado el nombre de Ejemplares, y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso; y si no fuera por no alargar este sujeto, quiá te mostrará el sabroso y honesto fruto que se podría sacar, así de todas juntas como de cada una de por sí”.
Muchos comentaristas y críticos afirman que estas novelas son ejemplares porque nos muestran ejemplos de comportamiento. Pero no parece del todo claro. Cervantes declara su idea de moralizar, incluso apelando a razones religiosas, probablemente movido por su propia experiencia vital y por la mentalidad de soldado en una España en crisis y en plena decadencia imperial. En 1598 muere Felipe II y le sucede su hijo, Felipe III. Como he comentado anteriormente, el S. XVII es el siglo de la decadencia imperial hispánica. La miseria se extiende por toda una Península poblada de un exceso de nobles, hidalgos y religiosos. La industria castellana, tan pobre y escasa entonces, queda interrumpida indefinidamente, se produce un enorme rechazo a la vida urbana y comercial -la burguesía- y la Inquisición muestra sus terribles fauces en todos los ámbitos. El gran valido de Felipe IV, el Conde-Duque de Olivares, intentó convencer a las clases dominantes para levantar el país pero fracasó de tal forma que perdió los favores del rey. Conspiraciones separatistas en Aragón y Andalucía; la recuperación de Portugal de su independencia y la miserable situación de la Península fue llevando al país a la situación más insostenible que ningún poeta podrá expresar en versos laudatorios. Todos los autores expresaron su angustia de diferente forma y de ella nacen las grandes obras barrocas y manieristas de nuestros autores del Siglo de Oro. Pero la historia vital de Cervantes tiene poco que ver con la de nuestro querido Lope, muy poco que ver, y ello nos hará entender en parte el concepto de honor que ambos tenían.
Cervantes fue soldado del Imperio, en 1571 luchó en la batalla de Lepanto, donde perdió uno de sus brazos, y parece que participó en varias expediciones mediterráneas. A su vuelta a España en 1575 fue apresado por los turcos y permaneció 5 años cautivo en Argel. Una vez liberado, trabajó como un humilde recaudador de impuestos, conoció las cárceles andaluzas de Écija y Sevilla, quiso emigrar a América para buscar fortuna pero nunca consiguió la autorización para ello, así que después de una corta estancia en Valladolid, volvió a Madrid donde finalmente murió en 1616, en una situación tan paupérrima como lo fue en vida. Cervantes fue realmente pobre pero tenía el gran genio de los grandes creadores. Cervantes y Lope tuvieron vidas aventureras que, sin duda, reflejaron en sus obras. Sin embargo, y por el contrario que Cervantes, Lope fue aclamado desde sus comienzos como un genio poético, gozó de grandes honores, vivió grandes amores, “serás polvo, más serás polvo enamorado” -como diría Quevedo”, también sufrió de grandes pérdidas y arrepentimientos y fue enterrado en olor de multitudes. Lo que Cervantes logró en la novela, lo consiguió Lope en el teatro. Pero, como veremos al analizar sus obras, presentan grandes e importantes diferencias.
La fuerza de la sangre y La ilustre fregona pertenecen a las llamadas “novelas toledanas”. Ambas se desarrollan en Toledo y tienen carácter moral y social. La primera es una exaltación del poder de la hermosura, de la belleza femenina. Leocadia es raptada y seducida por un hombre desconocido que marcha a Italia después de su terrible acción. Nace un niño y, tiempo después, Leocadia descubre la procedencia de aquél, habla con sus padres y éstos le obligan a regresar a España para casarse con ella y limpiar su honor. La belleza de Leocadia le enamora. Se ha recriminado a Cervantes el aspecto novelesco de la actitud de Leocadia, al perdonar al autor de esa terrible violencia y casarse con él. Probablemente Cervantes estaba sometido a las convenciones de la época. La ilustre fregona de alguna forma guarda parecido con La Gitanilla. En ella dos jóvenes castellanos conocen a una bella mesonera. Uno de ellos, Tomás, se enamora de ella, entra a trabajar en el mesón toledano y descubre finalmente que ella pertenece a una familia de clase alta. Al contrario que la anterior, Cervantes relata unos amores nobles con una exquisita mezcla de fantasía y realidad.
“El celoso extremeño”es una de las obras maestras de Cervantes y una vibrante, didáctica y divertida parodia del matrimonio. Perfectamente estructurada y cargada de realismo social, presenta un gran perfil psicológico de sus personajes y, como la mayoría de sus novelas, revela una gran influencia picaresca. Carrizales, un viejo y rico indiano, regresa a su patria y se casa con una bella y joven muchacha de la cual se enamora perdidamente. Sintiendo unos insoportables celos de su mujer, la mantiene encerrada en esta “jaula de oro”, pero entra en acción un pícaro sevillano quien, al enterarse de estos hechos, se introduce en la habitación de la joven. Ésta defiende su honor y, finalmente, ambos quedan dormidos en los brazos del otro, pero sin más pretensiones. El viejo les descubre y trata de vengarse, pero les perdona y en su testamento recomienda a su mujer casarse con el pícaro. El final de la novela es sorprendente, el viejo muere y ella, arrepentida, entra en un convento. Tales eran las convenciones. Cervantes tomaba precauciones de carácter moral o como apunta Américo Castro (El pensamiento de Cervantes, 1925), estamos ante una de las grandes habilidades cervantinas, el disfraz novelesco de sus más espontáneos pensamientos. La generosidad del viejo encajaba perfectamete con las más severas convenciones de la época sobre el honor matrimonial (J.L. Alborg, Tomo II, 1970). Sin embargo, como veremos más adelante en nuestra comparativa con Lope, los razonamientos cervantinos presentan rasgos barrocos y manieristas.
Las Doncellas y La Señora Cornelia, son probablemente las novelas más flojas de esta colección. De gran influencia italiana y, como digo, de poco calado artístico, simplemente reclaman la curiosidad del lector. La primera, al más puro estilo de Tirso, presenta a dos muchachas disfrazadas de hombres que buscan al seductor de una de ellas. Como en una moderna road movie, llegan a Barcelona y allí nos sorprenden con un doble casamiento. Amezúa afirma que es “la menos verdadera y humana” de todas sus novelas (Amezúa, 1956,). La Señora Cornelia, novela idealizadora cuyos personajes representan el más puro concepto moral, se encuadra dentro del patrón clásico de novela. La acción transcurre en Bolonia, donde dos caballeros españoles, don Antonio de Izunza y don Juan de Gamboa padecen situaciones parecidas y comprometidas. A don Antonio le entregan a un recién nacido y a don Juan una dama le pide protección. Todo acaba felizmente puesto que la dama tuvo al niño bajo palabra de casamiento del duque de Ferrara. Los caballeros solicitan al duque que cumpla lo prometido. Es, como dice Alborch, la nota tierna en esta colección de carácter ejemplar.
Por último El casamiento engañoso y El coloquio de los perros se han agrupado conjuntamente aunque en realidad son dos novelas distintas. Para muchos críticos, no hay tal unidad aunque la segunda parece una continuidad de la primera. Alborch sugiere que la relación establecida entre ambas no es más que el producto de la extraordinaria capacidad creadora de Cervantes y de su ingenio.
Cervantes elabora en la primera novela un cuadro irónico e intencional sobre un matrimonio engañoso. El autor cervantino gusta de analizar críticamente el personaje del “valentón” y así lo hace con el alférez Campuzano, quien acepta en matrimonio a doña Estefanía de Caicedo, “señora de la vida libre” -como apunta Alborch-, que le ofrece su arrepentimento y promesa de servirle y cuidarle, dotándole de un rico ajuar doméstico. Finalmente, doña Estefanía le abandona sustrayéndole sus pobres pertenencias y riquezas, cargado de “bubas”, enfermedad que le lleva al hospital para tomar los “cuarenta sudores”. Aquí Cervantes enlaza con la otra historia. Los dos perros del hospital, Berganza y Cipión, inician el coloquio que cierra esta colección de novelas. Ambos hablan sobre sus diferentes amos y así Berganza pinta un retrato de la sociedad española de la época, una gran caricatura y sátira que nos hace recordar su influencia picaresca. Y nos hace recordar también a otro de los grandes del Siglo de Oro, Quevedo y sus Sueños, aunque éste encubre su mordaz visión en el mundo onírico de procedencia clásica y medieval. Ambos autores parecen profundamente desengañados en estas obras. Amezúa denomina a esta novela de Cervantes “comedia humana de su tiempo”, el mismo autor aseguraba que eran sus “memorias íntimas”, quizá decepcionado tras su dura experiencia en las cárceles sevillanas. Es ésta su novela más crítica, más social, más desgarradora y brillantemente narrada. Es muy realista aunque probablemente su factura sea menor que la desarrollada en Rinconete y Cortadillo, cruda descripción de la realidad española.
Peribáñez se agrupa dentro de las comedias de historia y leyendas españolas donde Lope de Vega alcanzó grandes momentos de plenitud artística. Menéndez y Pelayo apunta que, como tantas obras de Lope, procede de un cantar o un fragmento de romance (Menéndez y Pelayo, V.IV, 1949).
En Peribáñez, Casilda, la esposa de este rico labriego, es solicitada por el Comendador de Ocaña y ésta lo rechaza alegando su fidelidad al marido. El desarrollo del idilio de Casilda y Peribáñez es encantador; es la pasión del comendador la que desencadena la tragedia. El comendador envía a Peribáñez a la guerra, pero estando el comendador solo con Casilda, Peribáñez les sorprende y le mata. Peribáñez se escapa con su mujer y el rey les hace apresar, pero tras escuchar a Peribáñez, les deja en libertad. Hay una historia secundaria, la de Leonardo, Casilda y Luxán, ambos enamorados de ella. Los grandes temas de esta tragedia son el amor y el honor.
El análisis del honor en la literatura española del Siglo de Oro requiere ciertas aclaraciones. Decía Lope en el Arte Nuevo de hacer comedias (Lope de Vega, 1609): “Los casos de la honra son mejores, / porque mueven con fuerza a toda gente…” (p. 18). El honor era un concepto de suma importancia en la España del Siglo de Oro. El valor de un hombre era aquel que representaba en la sociedad. Pero había una sutil diferencia entre el “honor” y la “honra”. El honor lo proporcionaba la alcurnia, la cuna, la propiedad heredada por nacimiento, la pertenencia a una clase social alta, y se relacionaba con conceptos tales como la pureza de sangre, la nobleza y la riqueza. La honra era, sin embargo, una cualidad personal, dependía de la reputación del individuo, de su comportamiento, y afectaba a todos los estratos sociales. Es este concepto el que aparece en la comedia nueva de Lope. Perder la honra se consideraba la peor de las desgracias, sobre todo para una mujer. Y, por otra parte, un hombre sin honor estaba anulado en la sociedad y reclamaba siempre una venganza para recuperar lo perdido. Por eso, los temas recurrentes en el teatro nuevo eran el adulterio femenino, el ultraje de una dama, o las falsas acusaciones, entre otros motivos. Los duelos eran un procedimiento habitual para solucionar agravios.
Lope sabía la fuerza dramática que tenían los temas del honor. Como sugiere Alborch, durante mucho tiempo esta temática se atribuyó a Calderón pero es en Lope donde encontramos su pleno desarrollo. En Peribáñez el honor no sólo afecta a la opinión social, sino también a la hombría. Hasta entonces, sólo los personajes de clases altas poseían el privilegio de la honra por cuestiones de sangre, pero a partir del S. XVI las circunstancias histórico-sociales cambiaron considerablemente y el concepto de “hombre español” cambió también socialmente. Ahora, la honra y la hidalguía iban unidas a la conciencia de ser español, sin distinción de clase. En sus obras, Lope funde lo culto y lo popular, esos dos matices dramáticos de la corte y el pueblo en toda su extensión. En este sentido, el teatro del Siglo de Oro es un auténtico y valioso reflejo de la España de aquél tiempo. Como hace hincapié Alborch, el triunfo definitivo sobre los pueblos no cristianos en la península y en toda Europa afianza ese concepto, y los labriegos ricos sin evidentes rasgos de judaísmo o de herejía, entran a formar parte de los elegidos y “a participar del mismo patrimonio de la honra”. No es necesario ejecutar actos heroicos, es el valor del ser en sí mismo lo que importa: “modelos de existencia absoluta, hidalga y cristiana de sangre”. Por eso, uno de los mayores logros de Lope fue convertir estos conceptos en poesía. Menéndez Pidal encuentra este sentimiento del honor en la epopeya medieval, en el Romancero y en las Crónicas (Menéndez Pidal,5ª edición, 1958). Por ello, la defensa del honor es la propia defensa de un bien social que se antepone a la vida propia o a la de los seres queridos. Peribánez es un drama social, un profundo drama humano, de pasión y amor y Lope eleva a poesía la legítima égloga castellana, como diría Menéndez y Pelayo. Porque es un drama humano, el rey aprueba la acción de Peribáñez para defender su honra, ha actuado con justicia, con justicia democrática. El profundo lirismo de la obra queda interrumpido por la exacerbada pasión del comendador, quien provoca la tragedia.
Joaquín de Entrambasaguas y Manuel Fernández Nieto (Entrambasaguas y Nieto,Tomo II, 1980) afirman que el verdadero precursor del teatro Nacional de la Edad de Oro y del teatro neorrenacentista barroco no fue otro que Miguel de Cervantes. Cervantes inaugura este teatro con una técnica propia, así nos lo aclara en el prólogo de sus Ocho comedias y Ocho entremeses – Madrid, 1615-. Es como dicen estos autores, el creador del teatro de ensayo. Otros críticos, como Carlos Blanco Aguinaga, Julio Rodríguez Puértolas e Iris M. Zabala, coautores de la Historia social de la Literatura española (en lengua castellana) (1978) aseguran que el fracaso de Cervantes en el teatro es una cuestión de fondo y no de estilo. Sugieren que probablemente su fracaso sea debido a sus técnicas estilísticas tradicionales y a su imposible lucha literaria contra el arte nuevo de Lope. Esto es discutible. Lo que no lo es tanto es que fue creador de géneros, sin duda ninguna. Debemos atribuir la autoría del género entremés al mismo Cervantes, género nuevo, salvando por supuesto, los célebres pasos de Lope de Rueda. En sus entremeses descubrimos el gran costumbrismo cervantino. Y, como he comentado anteriormente, también es el primer escritor de novela corta en lengua castellana. Parece que Lope y sus Novelas a Marcia Leonarda repiten la experiencia novelesca cervantina.
Cervantes se aleja del Fénix en su persistente idea de constatar la realidad y de su búsqueda de la libertad humana. Sin duda, el autor cervantino estaba dotado para la fantasía, el romanticismo, la ternura. Los personajes de sus novelas representan la belleza moral, como Avendaño que por amor a Constanza se hace mesonero y olvida sus aventuras con su amigo castellano en La ilustre fregona; o la gran fuerza moral de Leocadia en La fuerza de la sangre, título éste muy representativo del concepto de honra que he descrito anteriormente; y las mujeres de Las dos doncellas y La señora Cornelia , igualmente dignas de honra o el amor que a pesar de todo subyace en El coloquio de los perros, la virtud de éstos que alude a su condición de fidelidad al hombre, tiernos símbolos de la amistad. Es el verdadero amor, el que se da sin pedir nada a cambio, a pesar de las ataduras sociales, más alla de la posesión, la amistad, la “caritas” -como puntúa O. Jones- (Jones, 1974). La falta de amor conduce al fracaso, a la infelicidad. Cervantes no profundiza en aquellos conceptos de Lope, y hace a sus heroínas pertenecer a la más elevada clase social. En el Siglo de Oro, los finales más admirados eran los finales felices, los asuntos terribles y lúgubres se dejaban para parte de la presentación del argumento, pero el final conllevaba el perdón, el arrepentimiento, el casamiento feliz o la entrada en un convento, como en El celoso extremeño.
En ese concepto del honor en cuanto al valor del ser en sí mismo, Lope canta al nacionalismo y a la voluntad de elevarse por encima de los conflictos que finalmente unen ideológicamente a la clase dominante y al labrador rico. Había una copla muy conocida en tiempos de Carlos II, que decía: “¿En qué se parece España a sí misma? En nada” y ese ser abstracto que no se parecía nada en sí mismo se reflejó en la literatura y el arte de la época. Las grandes contradicciones del sistema imperial, su miseria y también su gran cultura, su decadencia administrativa y tecnológica, y su ya eterna deuda con los banqueros europeos se convirtió en la antítesis del ser y del parecer, del engaño y el desengaño, la vitalidad y la apatía, la picardía y la opulencia, lo civil y lo religioso, las grandes contradicciones barrocas. Y por delante de todo ello, sobresale Cervantes, con una lúcida visión de lo que deparará el siglo, con su gran sabiduría y ternura, su dignidad, que tanto le alejará de sus coétaneos. El gran perspectivismo cervantino, la complejidad interior de sus personajes, su relación con la realidad y su enorme fantasía.
Concluyendo, uno de los grandes temas barrocos era la disputa teológica sobre el determinismo, que se acentuó en la Contrarreforma y que aparece de nuevo en el S. XVII. La idea de libertad en el hombre marcó la disputa de este siglo entre los molinistas (Luis de Molina, jesuita español que intentó conciliar las contradicciones entre la concepción de la gracia teológica y la libre voluntad humana, el libre albedrío) y los jansenistas (actitud opuesta).
El concepto del honor en ambos autores se muestra radicalmente diferente. Sus conceptos sobre la época imperial decadente, sobre el ser, sobre el mismo honor, la hombría y la honra son, simplemente, diferentes. El casticismo y el nacionalismo de Lope son claves de su escritura. Lope es el representante del casticismo hispano y la ideología dominante se ve felizmente representada en sus obras. Sus comedias son una idealización de la realidad. En Cervantes es la realidad humana la gran protagonista. Lope de Vega creía en el ideal cristiano de una “España perfecta y predilecta de Dios, en la hidalguía, en el papel pacificador de la Inquisición” (Blanco Aguinaga, Rodríguez Puértola, Zabala, 1978); Lope defiende una sociedad teocrática, monárquica y señorial y, finalmente, campesina. Una ideología que nadie se atreve a criticar ni a poner en duda, nadie…salvo Cervantes. En muchas obras de Lope aparecen los campesinos como principales protagonistas. En su lucha contra aquello que podía arrebatarle el poder, el noble firma una hipotética alianza con el labrador rico, intentando reconstruir la sociedad pre-capitalista de la que antes disfrutaba con enormes privilegios. Así, Peribáñez es la historia del héroe campesino individual y su final de amplio consenso con el rey pretendía remarcar la unidad social. Este rasgo, unido a la mujer atrevida pero casta, el amor, los celos y este casticismo hicieron del teatro de Lope un rotundo éxito.
El pensamiento de Cervantes es único. En El coloquio de los perros Berganza realiza una irónica crítica de los exaltados valores barrocos y denuncia que “la situación de España y de los españoles se debe al conflicto desgarrador entre el ser y el existir, el querer ser y el deber ser” (Blanco Aguinaga, Rodríguez Puértola, Zavala, 1978). Y así es como Cervantes expresa, de forma tan distinta a Lope, la crisis imperial y esa mitomanía sobre el país. Cervantes se aleja de todas las direcciones dramáticas y razona su pensamiento en su obra maestra Don Quijote de la Mancha. Recordemos las palabras del caballero de la triste figura: “Yo sé quién soy”, aunque sepamos sobre su confusión acerca de su verdadero nombre. Y es esa lucha de la voluntad de ser frente a las obligaciones e imposiciones internas lo que determinará esta obra pero, sobre todo, su vida y su literatura. Cervantes era un escritor rebelde que defendía el libre albedrío del ser humano aunque tantas veces se viera condicionado por las convenciones sociales y morales de la época. En ese sentido, es el más moderno de los escritores barrocos. Es la dicotomía entre esencia y existencia, entre realidad y apariencia. En sus novelas, existen obstáculos que impiden la felicidad y el simple hecho de ser persona, que sus héroes y heroínas deben solventar. El héroe cervantino, frente al héroe lopesco, emerge como un ser individual, se crea a sí mismo, frente a toda corrupción y malicia, simplemente humaniza el arte y lo consigue.